Eduardo X. Arroyo, el artista que pintó en blanco y negro
Por Marcos Vaca / Unostres.
Eduardo X. Arroyo tiene una energía especial. Es difícil describirlo en este texto; talvez es necesario conocer en persona a Eduardo o simplemente tratar de entenderlo a través de su obra.
* “Me interesa que salga esa (foto)”, dice tras señalar a un cuadro blanco y negro.
* ¿Por qué?, le pregunto inocentemente.
* “Es una plumilla, una plumilla bastante demorada, bastante minuciosa y que de especial tiene que es (hecha con) una tinta china”.
La verdad, esta obra impresiona en gran medida. El árbol tiene mucho detalle. Remato con otro cuestionamiento:
* ¿cómo se llama la obra?
* “No tiene nombre”, dispara rápidamente.
Les pone números. La obra es ‘árbol 88’.
No hay más explicaciones, salvo la curiosidad de saber por qué pinta la naturaleza.
Un paréntesis aquí. Su taller está en el piso 9 de un edificio en la cabecera oriental norte de la av. González Suárez. Los ventanales de taller descubren la montaña verde, los árboles pero también muestra cómo una carretera irrumpió en medio de la naturaleza.
* “Me interesa que salga esa (foto)”, dice tras señalar a un cuadro blanco y negro.
* ¿Por qué?, le pregunto inocentemente.
* “Es una plumilla, una plumilla bastante demorada, bastante minuciosa y que de especial tiene que es (hecha con) una tinta china”.
La verdad, esta obra impresiona en gran medida. El árbol tiene mucho detalle. Remato con otro cuestionamiento:
* ¿cómo se llama la obra?
* “No tiene nombre”, dispara rápidamente.
Les pone números. La obra es ‘árbol 88’.
No hay más explicaciones, salvo la curiosidad de saber por qué pinta la naturaleza.
Un paréntesis aquí. Su taller está en el piso 9 de un edificio en la cabecera oriental norte de la av. González Suárez. Los ventanales de taller descubren la montaña verde, los árboles pero también muestra cómo una carretera irrumpió en medio de la naturaleza.
“Eso no me gusta.
Para mí, las autopistas, la luminosidad de noche, no me inspira.
Es un poco fuerte para mí porque el progreso mata a la gente”, sentencia.
Para mí, las autopistas, la luminosidad de noche, no me inspira.
Es un poco fuerte para mí porque el progreso mata a la gente”, sentencia.
Pero la naturaleza está presente en muchos cuadros. Él mismo ha pintado cerca de ella. Entre los cuadros se destaca otra obra en tinta: la cúpula de Guápulo escondida tras unos árboles.
El paso por la naturaleza de Arroyo
La plasmó cuando tenía un taller allá abajo. En Pinterest, red social donde también navega su obra, se encuentran imágenes coloridas de montañas; de pinturas ocres con cierta viveza que solo la flora y la fauna del planeta puede regalar.
Dice que le hubiera gustado que vea un árbol que pintó con sangre. Ha vivido en Mindo “cuando era bonito” y no lo afirma desde la amargura: “Si vas ahora está lleno de discotecas y ruidos de motos”. Le duele la naturaleza, es parte de su energía, es parte de ser un artista profesional.
Lo afirma con la convicción que solo puede tener alguien que pinta por más de 50 años (tiene 66). Talvez ese es otro descriptivo de su magia. Ya le han dicho en notas periodísticas que trabaja con el entusiasmo de un adolescente, aunque ahora está en una etapa “no creativa”.
La verdad no importa. Escucharle inspira. Ver sus cuadros regados en un divertido caos dentro de su departamento. Las palabras terminan. Aún no hay una explicación clara de las formas de su energía. Sentencia el encuentro diciendo que por mucho tiempo pinto en blanco y negro “porque veía el mundo en blanco y negro”. Abrió su paleta de colores cuando encontró el amor; sonríe y se despide.
La plasmó cuando tenía un taller allá abajo. En Pinterest, red social donde también navega su obra, se encuentran imágenes coloridas de montañas; de pinturas ocres con cierta viveza que solo la flora y la fauna del planeta puede regalar.
Dice que le hubiera gustado que vea un árbol que pintó con sangre. Ha vivido en Mindo “cuando era bonito” y no lo afirma desde la amargura: “Si vas ahora está lleno de discotecas y ruidos de motos”. Le duele la naturaleza, es parte de su energía, es parte de ser un artista profesional.
Lo afirma con la convicción que solo puede tener alguien que pinta por más de 50 años (tiene 66). Talvez ese es otro descriptivo de su magia. Ya le han dicho en notas periodísticas que trabaja con el entusiasmo de un adolescente, aunque ahora está en una etapa “no creativa”.
La verdad no importa. Escucharle inspira. Ver sus cuadros regados en un divertido caos dentro de su departamento. Las palabras terminan. Aún no hay una explicación clara de las formas de su energía. Sentencia el encuentro diciendo que por mucho tiempo pinto en blanco y negro “porque veía el mundo en blanco y negro”. Abrió su paleta de colores cuando encontró el amor; sonríe y se despide.
Eduardo X. Arroyo
Por Marco Antonio Rodriguez / El Comercio.
‘Cada uno se disfraza de aquello que es por dentro’. Por seres humanos como Eduardo X Arroyo (Quito, 1953), es posible creer en la reconciliación entre libertad y existencia. Vivimos incesantes procesos de cosificación. Marionetas de los escenarios sociales que creamos. Arroyo es ejemplo vivificador de autenticidad. Viste sandalias, pantalones de dril, camisa y gorra, y, no importa la hora, gafas oscuras. Su hipersensibilidad no pudo con un mundo estrepitoso y convulso, y se aisló de él. Vive su mundo, y dentro de él, creó otro, el de su arte: dibujo, acuarela, grabado, pastel, óleo, tinta, plumilla, aguada… guarecido por sus escasos amigos a quienes cuida como a él mismo.
Línea y mancha, retos de este artista. Descargas y exhalaciones. Ambientes cósmicos que languidecen para volver a colmarse de frenesí. Precipitación de dolor y gozo. Derroche de una profana liturgia inagotable. Los trazos de Eduardo nunca aspiraron a la jerarquía de formas estéticas ni reclaman su sitio en soporte, porque anidan en su zona gestual, como renuentes a todo límite, a toda metafísica, exilados en la memoria y el olvido de su paso por la vida.
Eduardo estudió con ahínco la luz hasta volverla leitmotiv de su arte. Luz obnubilante, seductiva, la conjuga con sus alucinaciones y euforias, con sus derrotas y levantamientos. Vivir en el dominio de las formas no significa evadirse de los problemas, representa la realización de una de sus más elevadas energías. Una de las facetas artísticas de Arroyo es ominosa, ‘tenebrista’, recuérdese su memorable ‘Et lux tenebris lucet’ (‘Y la luz brilló en la tinieblas’). En gama de negros, una nave ruinosa lleva a un hombre de espaldas a los efluvios blancuzcos que simulan el muelle de partida: ahí quedan la vida, la tierra, el mundo. El peregrino -que somos todos- va en busca de su fin con los brazos atados a sus espaldas. Lo bello no es sino el comienzo del horror.
En su otra fase convoca a la celebración del color. Los colores cantan, vibran, danzan, ríen, festejan. Leves, puros, exaltan el esplendor de la naturaleza. Al contemplarlos, el espectador sale renovado, con fe en el amor, uno y plural. El todo se abre inexorable. El arte es, por el lado de su destino supremo, un pasado. Comunión y regreso al principio. Recomienzo: vorágine y quietud, todo en una turbulenta bitácora que signa nuestro camino.
La línea de Arroyo es virtuosa. Con ella erige expresiones del reflejo fugitivo que somos. Tiempo: nuestra única sustancia. No la carne ni el espíritu, tiempo que corroe o sublima. Obra que perturba y anima, ensombrece y alumbra, distancia y reúne. Mundo incendiado por un sol nocturno, violento y precario, pero impregnado de ternura. Nupcias de espacios y figuraciones. De un dibujo mimético, Arroyo pasó a la abstracción y a una figuración escindida por su memoria. Arte nervioso y poético que no sigue ningún estatuto, sino los entresijos del niño triste, solitario y automarginado que habita en él.
Línea y mancha, retos de este artista. Descargas y exhalaciones. Ambientes cósmicos que languidecen para volver a colmarse de frenesí. Precipitación de dolor y gozo. Derroche de una profana liturgia inagotable. Los trazos de Eduardo nunca aspiraron a la jerarquía de formas estéticas ni reclaman su sitio en soporte, porque anidan en su zona gestual, como renuentes a todo límite, a toda metafísica, exilados en la memoria y el olvido de su paso por la vida.
Eduardo estudió con ahínco la luz hasta volverla leitmotiv de su arte. Luz obnubilante, seductiva, la conjuga con sus alucinaciones y euforias, con sus derrotas y levantamientos. Vivir en el dominio de las formas no significa evadirse de los problemas, representa la realización de una de sus más elevadas energías. Una de las facetas artísticas de Arroyo es ominosa, ‘tenebrista’, recuérdese su memorable ‘Et lux tenebris lucet’ (‘Y la luz brilló en la tinieblas’). En gama de negros, una nave ruinosa lleva a un hombre de espaldas a los efluvios blancuzcos que simulan el muelle de partida: ahí quedan la vida, la tierra, el mundo. El peregrino -que somos todos- va en busca de su fin con los brazos atados a sus espaldas. Lo bello no es sino el comienzo del horror.
En su otra fase convoca a la celebración del color. Los colores cantan, vibran, danzan, ríen, festejan. Leves, puros, exaltan el esplendor de la naturaleza. Al contemplarlos, el espectador sale renovado, con fe en el amor, uno y plural. El todo se abre inexorable. El arte es, por el lado de su destino supremo, un pasado. Comunión y regreso al principio. Recomienzo: vorágine y quietud, todo en una turbulenta bitácora que signa nuestro camino.
La línea de Arroyo es virtuosa. Con ella erige expresiones del reflejo fugitivo que somos. Tiempo: nuestra única sustancia. No la carne ni el espíritu, tiempo que corroe o sublima. Obra que perturba y anima, ensombrece y alumbra, distancia y reúne. Mundo incendiado por un sol nocturno, violento y precario, pero impregnado de ternura. Nupcias de espacios y figuraciones. De un dibujo mimético, Arroyo pasó a la abstracción y a una figuración escindida por su memoria. Arte nervioso y poético que no sigue ningún estatuto, sino los entresijos del niño triste, solitario y automarginado que habita en él.
Eduardo X. Arroyo. Antologia Artística
Libro Impreso. Editorial Trama.
Páginas: 160
Tipos de pasta: Dura
Tamaño: 48 cm x 35 cm
Páginas: 160
Tipos de pasta: Dura
Tamaño: 48 cm x 35 cm
Resumen
El dibujo es en ciertos casos una necesidad. Por eso hay quienes lo hacen de una manera, no diré compulsiva, pero al menos insistente mientras escuchan, hablan, piensan. Es como si su mano tuviera vida propia y exigiera estar, con el lápiz o la pluma, en movimiento perpetuo. Y así van registrando en la hoja de papel la huella del grafito o de la tinta, que no dejan de parir figuras o formas abstractas en sucesión interminable. Rodrigo Villacís Molina Descripción Desde esta perspectiva, es interesante observar esos minuciosos dibujos, morosamente trazados, de árboles que se inclinan ligeramente por la caricia de un viento de verano; de esos bosques que quizás ya no existen, depredados por las motosierras perversas; o esos paisajes de antiguas casas de hacienda, cargados de nostalgia. Esa paz del paisaje, es la paz del artista, admirador de Turner, como lo ha confesado. Pero vemos después cómo el pincel se arremolina y mancha como guiado por una mano distinta, creando tensiones en el soporte. Esas tensiones responden, así mismo, al estado de ánimo del artista... Rodrigo Villacís Molina |